Happy woman
Happy woman, un amor de cine
[Relato - Texto completo.]
An G San
Mi querido Richard:
A veces, las películas de amor con final feliz nos recuerdan lo solos que estamos. Me pregunto si ese fue mi caso cuando vi Pretty Woman. Yo diría que sí. Quizás por eso te odié tanto cuando te declaraste a Vivian en su final de cuento de hadas. La peli se acabó y allí me quedé yo, en el sofá, sepultada bajo una gran montaña de suspiros de desamor.
Lo sé, Richard, lo sé, el cine no es la realidad, pero no pude ni quise tener esto en cuenta. Si me dejé arrastrar por aquel sueño que apestaba a celuloide era porque lo necesitaba. Era mentirme a mí misma para sobrevivir. Como Vivian, también yo tenía esperanza en un futuro mejor y afrontaba la vida como una cenicienta que maldice el despertador cada mañana, aunque luego se levanta cantando...
Cada uno sobrevive como puede y la evasión es un arma muy poderosa. Y sí, lo sé, tú interpretas personajes, la peli solo era un trabajo para ti. Es obvio, pero necesité sentirme viva, y eso era creer lo contrario, pensar que tú y Edward eráis el mismo, mi príncipe azul. Te quería real y solo para mí. Algo en mí se rebelaba contra el sentido común. Yo veía entonces la vida de una manera especial, sentía siempre que, más allá de la fea realidad, había un mundo propio en el que solo yo mandaba y allí la lógica a veces no encontraba su lugar.
Desde niña, mi mundo era irreal pero poderoso. Hasta que Vivian lo desbarató todo. Aunque me identificaba con ella, su mera presencia me hizo aborrecer la película. Cuando la vi en tus brazos en la escena final todo estalló; mi corazón famélico se sintió traicionado y pasé del amor al odio. ¿Pero, cómo decir que no a un millonario sensible como tú, con tan buena planta? Lo tenías todo, no solo eras rescatador de damiselas a la deriva, además te dejabas rescatar de tus miserias de rico y, un asunto nada baladí: sabías poner ojitos a las chicas como nadie.
Tuve que hacer de tripas corazón porque necesitaba lo que me dabas, un amor de cine casi perfecto, salvo por su final, que me excluía porque no era real, y en el fondo lo sabía. Le seguía al The End una pantalla fundida al negro que me dejaba con cara de boba, mirando a mi alrededor sin hallar consuelo, aún más perdida y sola que cuando comenzaba a ver la película. Yo era la cenicienta que acaba de salir del baile y veía su carroza convertida en calabaza, mientras Vivian se quedaba con el príncipe y ambos se redimían.
A estas alturas de la carta, pensarás que soy una pobre mujer sin vida y sin amor. Y así era. Solo sobrevivía, y ni siquiera me daba cuenta de que eso no era vida. Rodeada de gente, con marido, amigos e incluso amantes, que estaban ahí, presentes, pero nada más. Contigo, con tus películas, sin embargo, todo era emoción. Así son los amores de cine, me decía cuando me refugiaba de mi insípida existencia con ese amor soñado que, durante décadas, aspiré en secreto a llegar a hacer realidad algún día.
Conocerte fue a la vez soñar y enamorarme. Te descubrí en los ochenta con Oficial y Caballero y en los noventa mi amante de entonces me regaló la cinta de Pretty Woman, que vi millones de veces. La película me apasionó, pero me enfrió verte declararte a otra por segunda vez, tras el apoteósico final protagonizado por Zack Mayo, en el que derrochabas romanticismo con tu flamante uniforme de piloto naval.
Diez años después, el final de Pretty Woman me congeló de nuevo. Mi vida no mejoraba, seguía siendo como un trozo de hielo, y tanto me enfrié que dejé de interesarle a mi fogoso amante, un energúmeno de rasgos psicopáticos ante los que yo estaba ciega por completo. El muy ridículo, por cierto, decidió abandonarme con una actuación estelar.
¡Valiente impresentable, se comportó como un mezquino narcisista hasta el último momento! Si la vergüenza ajena llenara los bolsillos, aquel patán me hubiera hecho millonaria solo por su puesta en escena. Entonces no entendía nada, pero ahora me da pena y hasta risa recordar sus constantes bufonadas de truán onanista.
Su ópera bufa era él mismo y continuó hasta que hizo mutis por el foro. Me dijo adiós para siempre un día cualquiera de sol, haciendo un ridículo espantoso. Llegó con su impecable traje de chaqueta gris de doble abotonadura, paraguas y rosas rojas. Como acostumbraba, esperó a que mi marido saliese de casa y, para mi sorpresa, usó su paraguas para desplegar la escalera de incendios, por la que subió desde la calle con el ramo en la boca. Igual que tú, pero sin tu encanto.
Muy a lo Pretty Woman, sí, y he de confesar que me encantó sentirme Vivian por unos momentos. Pero la ensoñación era demasiado forzada. Pura pantomima. Aún sonrío al recordar su aspecto al verlo en acción de aquella guisa. Lo miraba y te veía a ti, pero no era lo mismo, puedes tomarlo como un cumplido. Aunque la mayor diversión vino a continuación, con su declaración de amor eterno como preámbulo de la ruptura. Todo muy medido, muy sentido, muy de mentira de la buena. No sé por qué, pero en aquellos momentos me preguntaba por qué tantos amantes de pacotilla lo llaman amor cuando quieren decir sexo; personalmente, nunca esperé el amor de él. Eso hubiera sido demasiado esperar, incluso para la completa tolai que yo era en aquel entonces.
Así que allí se plantó, imitando tu memorable puesta en escena, y obsesionada como seguía por Pretty Woman, por mucho que me lo negara a mí misma, tras su perorata le negué un beso en la boca de despedida y le aplaudí a carcajadas aquella puesta en escena digna de un Oscar a la mejor comedia del disparate.
"Cero dramas, ahora baja a por lo que es tuyo y no vuelvas", fue toda mi respuesta, dijo por mi boca una Vivian digna y orgullosa de sí misma. A continuación, con una frialdad que aún me sorprende, no dudé ni un segundo en lanzar sus regalos desde el segundo piso, incluida la cinta de Pretty Woman, que se estrelló contra el suelo por la misma ventana que daba a una desierta 1738 North Las Palmas Avenue. Lo siento, Richard, la cinta pagó el pato, pero solo fue una actuación dramática, sé que lo comprenderás.
Tuve el impulso de tirarlo a él también por la ventana, pero me contuve. En lugar de eso, me limité a empujarlo por el pasillo a toda prisa y cerré la puerta nada más llegó al descansillo, antes de pudiera ocurrírsele bajar por las escaleras anti incendios de forma teatral. Y así acabó todo. Un alivio, sin duda, pero aún tenía otro peso que quitarme de encima, y la vida me brindaría la oportunidad perfecta acto seguido.
A los pocos minutos llegó mi marido. Llevaba en los ojos la mirada arrebatada e impúdica de su amante, una vieja conocida de la familia que me llamaba amiga. Últimamente, ya ni disimulaba y cada vez que yo le hablaba y pedía atención, el muy incauto daba un respingo con suspiro incluido. Me parecía estar interrumpiendo recuerdos o fantasías sexuales con ella y eso me gustaba, pero me aburrí de aquella inocente tortura que también me hacía sentir un poquito cruel, no lo negaré. Me compadecí de él y dejé que me pudieran unas ganas locas de llamar a la pobre que había caído en sus redes para que se lo llevara, le hiciera la maletita y lo metiera en su casa para siempre de una vez por todas. Sí, lo hice, y fue apoteósico porque vino en minutos y se lo llevó, creyendo que aprovechaba la oportunidad de su vida, ilusa. Ninguno de los dos pudo mirarme a los ojos, pero yo fingí un desmayo y les clavé mi mirada cuando ambos me socorrían asustados, intentando que volviera en mí.
Así fue como me quedé sola y, desde luego, fue lo mejor que me pudo pasar. A mi edad, una debe tomar decisiones que no se basen solo en la atracción física, la trama de la vida se complica y no hay que pensar mucho, pero sí bien. Sentía que la vida aún podía ofrecerme de todo, pero estaba segura de que, si no actuaba, el aburrimiento convertido en un tedio insoportable sería todo lo que tendría.
La esperanza me dio alas para escapar de mi realidad; para seguir librándome de la gente que me sobraba. Primero fue mi nada amantísimo amante, y luego quise borrar a mi marido de mi vida con urgencia. Me sentía traicionada pero, sobre todo, liberada. Convine que no era posible matarlo, ni de facto ni con el magín, sin convertirlo en un molesto recuerdo. Ahí fue cuando pensé vaciar su armario en aquella misma ventana, pero lo cierto es que tampoco lo hice. Al final, como te he contado, la llamadita a su amante me solucionó el problema.
Fue más sutil y divertido así. Además, algo me impedía montarle un escándalo. Me paró algo, quizás considerar que sus errores se podían traducir en mis aciertos. Al fin y al cabo, yo también le había pagado con la misma moneda, aunque el primero que tuvo amante fue él. Eso no me exculpa, pero creo que hay una gran diferencia entre atacar y defenderse. Sea como fuere, aquello era insostenible y me limité a decirle hasta nunca con toda la frialdad de la que fui capaz. He de reconocer que no me resultó difícil comportarme con él como un auténtico témpano de hielo. “Lo siento, pero prefiero una vida como sea y donde sea que seguir a tu lado”, le susurraba a menudo en el cogote, mientras el pobrecito volvía a asustarse con solo oír mi voz.
“Nunca amaré a nadie como te amo a ti”, me respondía intentando disimular su traición en vano, mientras se tiraba sonoras y malolientes ventosidades que no podía reprimir. A mí me olían a gloria, porque delataban su mentira, la gran farsa que era estar a su lado. A la sabia naturaleza es mejor no enfadarla porque sus reacciones son imprevisibles, me divertía pensar.
En fin, desde que se lo llevó la amante con el rabo entre las piernas, tampoco he vuelto a verlo. Apuesto a que cada vez que suena su teléfono, llaman a la puerta o abre una carta siente escalofríos y da un respingo por si soy yo en pie de guerra. Al infeliz le persigue una constante inquietud.
Yo, al contrario, estoy más tranquila que nunca. Ahora me va bien, dentro de lo razonable. Al menos, mejor de lo que esperaba. La primera alegría me la trajeron las condiciones del divorcio. Me quedé en nuestra casa, eso fue un grandísimo alivio. Al menos ya sabía el dónde, ahora faltaba el cómo y esperaba que aquel lento y doloroso trance convirtiera al tiempo en mi aliado. No tenía un amor de película romántica por el que luchar, pero siendo sincera, ahora comprendo que nunca lo tuve tampoco en mi vida. De aquellos pequeños castillos que creí haber construido nada quedó, la brisa y las olas que lamían la orilla de la playa se los acabaron llevando. Tuve que comenzar de cero, el paso de los días pudo también con la nostalgia que intentaba forzar de vez en cuando, queriendo echar de menos la nada vestida de falso amor.
Sin amor ni sucedáneos de amor, la vida me parecía aburrida y hasta agresiva. Me sentí frágil… algo así como una mujer con un cuerpo de cristal, pero pronto comprendí que no hay nada más liberador que poner un punto y aparte. Nada te permite ver más claro que saber lo que hay y lo que no hay en tu vida pero, sobre todo, ayuda dejar mentirte a ti misma.
A pesar de esa sensación de vulnerabilidad, las cosas mejoraron gracias a mi nueva mirada. Libre de amante y de marido, de improviso brotó una gran sonrisa en mi cara, se instaló en ella y me conquistó para siempre. Una tarde recordé por primera vez con cariño el final de Pretty Woman. El recuerdo me vino cuando me detuve en aquella famosa ventana y contemplé a unas palomas en la calle, hermosas supervivientes del tráfico, maestras en levantar el vuelo instantes antes de que los coches puedan atropellarlas.
Permanecí allí largo rato. El sol de la tarde descongelaba mi corazón, que empezaba a latir y a recibir las caricias de una brisa que me envolvía con el desgarrador "Amami Alfredo" de La traviata como un auténtico renacer, un alzar el vuelo in extremis. Aquellos instantes fueron de película. Preludiaban un final apoteósico que solo era el principio. Sin limusina blanca, sin beso ni rastro alguno de emociones románticas. Sin marido ni amante, y por primera vez sin odiar el final de Pretty Woman, yo me crecía por momentos.
De repente, todo encajaba. Y desde entonces, la vida me sonríe o yo la obligo a sonreírme, que viene a ser lo mismo. El presente ya es mío, Richard. Desde que no espero a príncipes azules ni a Godot alguno, el futuro también me pertenece. Dejé de esperar, sencillamente. Ahora eres mi idilio de amor libre y platónico. He comprendido que para vivir un amor de cine no era necesario que tú te saltaras el guion, pero sí yo. He entendido que el príncipe azul de Pretty Woman puede cumplir todos los sueños de Vivian… pero no hacer realidad los míos. De cumplirlos ya me encargo yo; ahora sé que sonreírle al espejo es la única manera de perseguirlos. Y si mi sonrisa brilla en él y promete un futuro lleno de esperanza y momentos felices.... ¿para qué necesito un príncipe si soy la protagonista de mi propio cuento de hadas?
¿Y qué ocurrió al final de esta historia? Que yo me rescaté a mí misma. Desperté a la vida, donde unos sueños se hacen realidad, otros no… Dudo que nos veamos alguna vez pero, mi querido Richard, eso sí, yo voy a seguir soñándote.
© Obra registrada
