El puente
El puente
V. S. Tati
He aquí que un hombre y una mujer se aproximan a la entrada de un puente. Cada uno por un extremo. El puente parece estrecho para permitir el paso simultáneo de los dos, puesto que conducen sendos carros con productos agrícolas.
—Pasa tú —le grita el hombre—. Yo esperaré.
—De ninguna manera —le rebate la mujer, alzando la voz para que el estrépito que levantan las aguas no sofoque su respuesta—. Seré yo quien espere.
El hombre queda desconcertado. Aquella negativa le rompe viejos esquemas mentales. En ese puente siempre han tenido preferencia de paso las mujeres.
—¡Qué pensarían de mí los hombres del pueblo! —se lamenta el hombre —. Seguro que me reprocharían mi falta de modales.
La mujer mueve sus manos como espantando cada una de las palabras que le llegan a los oídos.
—¡Qué pensarían de mí las mujeres! —le replica ella—. “¿Acaso esta muchacha no ha recibido ningún tipo de educación?”, dirían.
En esta controversia pasan las horas sin ponerse de acuerdo. Las estrellas comienzan a asomarse para ver en qué queda la disputa. Ninguno de los dos contendientes da su brazo a torcer.
—Echemos a suertes quién pasa primero —exclama el hombre —, si es que no quieres beneficiarte de tu condición de mujer.
—Hagámoslo tal como dices: para mí la cara y para ti la cruz —propone la mujer, al tiempo que saca una moneda y la lanza al aire—. Ha salido cruz —dice, recogiendo la moneda— Has ganado. Pasa tú primero.
—Mi suerte me permite elegir. Y elijo ser el segundo —responde en el acto el hombre.
La mujer aprieta los labios y se cobija bajo su carro. Está dispuesta a pasar la noche allí si es preciso.
El hombre la imita. Los bajos de su carro también son un buen habitáculo.
Cuando la voz ronca de las aguas despierta al alba, ambos contendientes dan la disputa por finalizada. Se encaraman al pescante y hacen andar a las mulas que tiran de los carros. Cuando se encuentran en mitad del puente comprueban que hay espacio suficiente para ambos.
—Disculpa —se excusa el hombre—. Siempre he pensado que el puente era más estrecho. Pero ahora veo que cabemos los dos—concluye.
La mujer se limita a mirarlo y sigue su camino. El sol comienza a despuntar irradiando una luz que lo inunda todo por igual.
